SUDÁFRICA CELEBRA SUS SEXTAS ELECCIONES EN MEDIO DEL DESCONTENTO DE LOS JÓVENES.

El presidente, Cyril Ramaphosa, parte como favorito en los comicios de este miércoles.

Sudáfrica celebra este miércoles sus sextas elecciones generales, en las que el presidente, Cyril Ramaphosa, parte como favorito a renovar el cargo pese al desgaste del Congreso Nacional Africano (CNA) por la corrupción y la mala situación económica. Casi 27 millones de sudafricanos están llamados a las urnas, pocos días después de que el país haya conmemorado los 25 años del fin del apartheid. Aunque desde entonces siempre el CNA siempre ha ganado las elecciones, esta puede ser la primera vez que sus apoyos bajen del 60%.

La generación conocida como los luchadores por la libertad ya no puede vivir más de su pasado. 25 años después de la erradicación de las leyes que dividían los derechos por razas, la radiografía de uno de los países más complejos del mundo es aún segregada, dividida y desigual. Es la sociedad con mayor desigualdad en el mundo, según el Banco Mundial, y sigue siendo la población negra la que registra los índices más altos de pobreza. La mitad de la población sudafricana —el 55,5%—, vive bajo el umbral de la pobreza, pero las cifras por razas varían radicalmente, entre los blancos son solo el 1%, entre los negros, el 64% (según la oficina de estadísticas del país).

A pesar de las políticas de igualdad racial llevadas a cabo por el Gobierno —el llamado BEE, Black Economic Empowerment, Empoderamiento Económico Negro—, la población blanca sigue en la cumbre económica de la República de Sudáfrica, el país más industrializado del continente. Los negros ocupan solo un 14% de los puestos de dirección —a pesar de ser el 80% de la población activa— y solo el 3% de las grandes compañías son propiedad de ciudadanos de raza negra, según el Fondo de Empoderamiento Nacional. El desempleo asciende al 27%.

Con la brecha racial aún presente, una economía a dos velocidades extremas y un Congreso Nacional Africano mermado por los casos de corrupción y la desilusión, Sudáfrica llega a estas elecciones con tres candidatos principales. El actual presidente, Cyril Ramaphosa, sabe que va a revalidar el cargo, pero es consciente de que el partido de Nelson Mandela va a perder una buena parte de su hegemonía. Si hasta ahora ha ganado todas las elecciones con apoyos en torno al 60%, en estos comicios es más factible que el porcentaje de votos se acerque al 50%. “Admitimos que hemos cometido errores”, señaló Ramaphosa el pasado domingo en su gran mitin final de campaña, en un estadio de Johannesburgo ante unos 70.000 simpatizantes.

 

Candidatos opuestos.

Ramaphosa tiene enfrente a dos rivales muy dispares, ambos de 38 años. Por un lado, está la tradicional oposición de la Alianza Democrática, que, a pesar de estar liderada por Mmusi Maimane y de ir poco a poco adaptándose a una nueva era, es una formación que sigue asociada a la población blanca y de la provincia Cabo Occidental. Las encuestas le otorgan un 20% de los votos. Además de Maimane se presenta Julius Juju Malema, una figura populista y considerada de extrema izquierda, que acapara el enfado contra el CNA y triunfa en los barrios humildes y trabajadores. Su partido, los Luchadores por la Libertad Económica —EFF, en sus siglas en inglés— es el nuevo fenómeno en Sudáfrica y el provocador Juju, antiguo líder de las juventudes del CNA, espera recuperar buena parte del espacio político de los desesperanzados votantes del CNA. Los sondeos le dan no más de un 11% de apoyos, aunque sería el doble que lo logrado en 2014.

Pero ni siquiera eso lo tendrá fácil. Millones de jóvenes sudafricanos han decidido no ir a votar. “Quiero votar, pero es como decidir a quién vas a enriquecer con tus impuestos”, rezaba uno de los millones de tuits que encendía este martes la Red a pocas horas de dar inicio las elecciones en Sudáfrica. El #QuieroVotarPero era tendencia a nivel nacional y explica el por qué de unos datos preocupantes: más de nueve millones de votantes no se han registrado para ejercer el derecho a voto y, la mayoría de ellos, son menores de 30 años. No es apatía, defiende Gugu Resha, del South African Institute of International Studies. Es desencanto.

La nueva generación en Sudáfrica no vivió el régimen racista del apartheid. En cambio, han crecido con la hegemonía de un partido, el Congreso Nacional Africano, que ya ha gastado todos los cartuchos marcados con “libertad” y cuyas promesas incumplidas empiezan a pasar factura. “Quiero votar pero la educación no es gratuita así que no me puedo permitir suspender. Me quedaré estudiando”, decía otro joven en la Red, refiriéndose a una de las grandes batallas del momento en la nación del arco iris: la igualdad de oportunidades en la educación y la descolonización de las enseñanza.

Las críticas se centran en el presente, sin olvidar el capítulo más oscuro de estos 25 años de democracia: la matanza de Marikana. “Quiero votar pero, echo de menos a mi padre” retuiteaban estos días millones de sudafricanos, en una frase acompañada de fotos de las protestas mineras de la mina de Marikana, minutos antes de que 34 mineros fueran abatidos por la policía en agosto de 2012.

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