VIRGEN DOLOROSA: HOY 20 DE ABRIL, 115 AÑOS DEL MILAGRO DE AMOR.

Han pasado 115 años desde que una litografía de la Virgen de la Dolorosa inexplicablemente abriera y cerrara los ojos ante un grupo de atónitos escolares.

En el Colegio de San Gabriel, de los Padres Jesuitas, en Quito, el viernes 20 de abril de 1906, estaban cenando 35 alumnos internos, después de un día de excursión, por las fiestas de Pascua. Los niños comentaban la noticia que corría del terremoto en San Francisco de California, dos días antes.

En la pared del comedor colgaba un cuadro litografiado, a color, de Nuestra Señora de los Dolores; dos colegiales que estaban cerca, Jaime Chávez, guarandeño y Carlos Hermann, quiteño, mirando casualmente al cuadro, vieron que la imagen movía los párpados, abría y cerraba los ojos. Se asustaron, se restregaron los ojos, pensando si sería una impresión suya; la Virgen seguía moviendo los ojos;  llamaron a otros chicos, que al principio lo tomaron a broma; en ese momento se acercaron el Padre jesuita y el Hermano que les acompañaban, y todos veían claramente que el rostro de la Virgen seguía abriendo y cerrando los ojos; eso duró como un cuarto de hora; todos estaban asombrados, inquietos. “¡Padre, es cierto! ¡Qué prodigio!” exclamó el Hermano Alberdi, al acercarse.

El 21 de abril empezó a correr en Quito el rumor del extraño suceso; la suprema autoridad eclesiástica de entonces, monseñor Ulpiano López Quiñónez, vicario capitular, ordenó “que se cubra dicha imagen y nada se publique por la prensa ni en el púlpito relativo a ese acontecimiento, mientras no se decida sobre su valor y autenticidad”.

Los peritos José María Troya, profesor de Física; Carlos Caldas, profesor de Química de la Universidad Central; José Lasso, fotógrafo, y Antonio Salguero, pintor, concluyeron que el hecho no pudo darse por el efecto de la luz o por las condiciones en las que estaba ubicado el cuadro, pues el movimiento de los párpados se repitió varias veces. La imagen fue calificada por este grupo como perfecta.

También un grupo de médicos analizó a cada uno de los testigos y concluyó que el hecho no fue efecto de una ilusión sensorial. Después de todas estas indagaciones y procesos, la autoridad eclesiástica emitió su dictamen el 31 de mayo de 1906, que en su parte esencial decía: El hecho, verificado en el colegio de los jesuitas, está comprobado como materialmente cierto; por las circunstancias en que acaeció, no puede explicarse por causas naturales y por los antecedentes y las consecuencias, no puede atribuirse a influjo diabólico. “En consecuencia, puede creérselo con fe puramente humana y, por lo mismo, puede prestarse a la imagen que lo ha ocasionado, el culto permitido por la Iglesia y acudir a ella con especial confianza”, concluyó el informe.

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