PRIMER MINISTRO BRITÁNICO EFECTÚA CAMBIOS EN EL GABINETE TRAS LA VICTORIA ELECTORAL DE DICIEMBRE.

La inesperada salida del ministro de Economía agita la remodelación del Gobierno de Johnson.

Ya no es solo cuestión de poner al Brexit por encima de cualquier otra prioridad. Boris Johnson exige más de los miembros de su Gobierno. Quiere lealtad absoluta hacia un proyecto personalista que pretende dar un vuelco al Reino Unido de la próxima década. La tan esperada remodelación de su Gabinete de ministros, puesta en marcha este jueves, iba a consistir en una serie de movimientos quirúrgicos controlados, pero se ha convertido en todo un terremoto al anunciar su dimisión Sajid Javid, el ministro de Economía, 28 días antes de que se presentaran los presupuestos. La luna de miel de Johnson ha terminado.

Javid, musulmán de orígenes humildes y brillante carrera financiera, era una de las promesas del Partido Conservador. Compitió por el liderazgo de la formación el pasado verano, y Johnson decidió mantenerle en el Gobierno, en el codiciado puesto de Chancellor of the Exchequer (canciller de la Tesorería, equivalente a ministro de Economía). Tenía su residencia en el número 11 de Downing Street, pegado al primer ministro. En los últimos meses los enfrentamientos de Javid con el asesor estrella y poder en la sombra del Gobierno, Dominic Cummings, han ido en aumento. Cummings echó de malas maneras a uno de los asesores del ministro y ha forzado la entrada en el departamento de personas no elegidas directamente por Javid. Los puentes se han roto justo en el momento en que Johnson debía comenzar a poner en práctica las grandes decisiones económicas de su mandato. Fue un encuentro de una hora en Downing Street, y el primer ministro estableció claramente a Javid sus condiciones.

Debía deshacerse de todo su equipo de asesores y permitir que el número 10 (el gabinete de Johnson) decidiera los nuevos puestos. Johnson buscaba la complicidad alcanzada en su momento por David Cameron y George Osborne. Y no la obtenía de su actual ministro de Economía. Javid no aceptó las nuevas reglas del juego y tiró la toalla. Será el primer canciller del Exchequer que abandona el puesto sin haber presentado un nuevo presupuesto. El encargado de hacerlo será el hasta ahora secretario de Estado del Tesoro, Rishi Sunak. Durante la campaña compareció en algún debate televisivo para sustituir a Johnson. Su fidelidad y ganas de hacer carrera (39 años) le han llevado a aceptar sin reparos que el próximo presupuesto sea elaborado conjuntamente con Downing Street y Economía.

Cinco ministros de peso han recibido la noticia de que ya no seguirán al frente de sus respectivos departamentos. El Abogado General del Estado (con rango ministerial y asiento en el Gabinete), Geoffrey Cox, ha sido de los primeros en recibir la noticia. Era una caída anunciada. Cox mantuvo una lealtad a prueba de bomba con la ex primera ministra Theresa May, pero también con sus propias convicciones jurídicas. Se resistió hasta el final a entregar al Parlamento los informes legales internos que elaboró para Downing Street sobre los planes del Brexit de May, pero cuando finalmente fue obligado a publicarlos quedaron reflejadas sus inmensas dudas sobre la viabilidad de lo propuesto. Fue un defensor a ultranza de la salida del Reino Unido de la Unión Europea y ha demostrado escaso rencor en su carta de despedida a Johnson.

Una salida cortés camuflada más de división que de cese. «Recordarás, cuando te introduje en el acto de lanzamiento de tu campaña para el liderazgo del Partido Conservador el pasado verano, que aseguré que serías un primer ministro que aseguraría que el proceso del Brexit fuera conducido por políticos y no por funcionarios», ha escrito Cox. Le sustituirá Suella Braverman (39 años), abogada y diputada conservadora, defensora acérrima del Brexit y que ha aireado en más de una ocasión sus reproches a un poder judicial «que practica un innecesario intrusismo en la política». Braverman está completamente en línea con los deseos del equipo de Johnson de cortar las alas a los jueces británicos de las instancias superiores, que han comenzado a poner en marcha una interpretación constitucional de las leyes que molesta al ala dura de los tories. Aún escuece al primer ministro el revolcón del Tribunal Supremo que anuló su decisión de suspender la Cámara de los Comunes.

Andrea Leadsom, quien abandona el Ministerio de Comercio, es también una ardiente defensora del Brexit, pero rivalizó con Johnson en 2016 y en 2019 por el liderazgo de los conservadores. En ambas ocasiones solo optó por retirarse después de presionar al político para que le asegurara un buen puesto futuro. Fue notablemente desleal con May, y al frente de Comercio no ha mostrado la firmeza en la toma de decisiones que esperaba el equipo del primer ministro.

Julian Smith, el ministro para Irlanda del Norte, ha sido una sorpresa. A él se atribuyen los esfuerzos y la determinación por acabar finalmente con el bloqueo político que sufría ese territorio británico e imponer a unionistas y republicanos una solución para reflotar el Gobierno autónomo. Sus relaciones con la guardia pretoriana de Johnson, sin embargo, eran notablemente tensas. Su partida, lamentada ya por muchos de los altos funcionarios del departamento, es una muestra evidente de que, en el Gobierno de Johnson, la lealtad se prima más que la eficacia.

Esther McVey abandona la Secretaría de Estado de Vivienda por el caos que vivía ese departamento, a pesar de que era una gran defensora en el partido de Johnson y gran creyente en la necesidad de girar las políticas de la formación hacia las clases trabajadoras que decidieron dar una oportunidad a los conservadores en las pasadas elecciones del 12 de diciembre.

El resto de cambios se han producido sobre todo en el nivel de secretarías de Estado, con la voluntad de lograr un mayor equilibrio entre hombres y mujeres y rellenar el Gobierno de sangre joven y leal que disponga de tiempo para prepararse ante futuras remodelaciones.

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