OTRA DENUNCIA DE ABUSO SEXUAL EN CONTRA DEL CANDIDATO DE TRUMP.

La denuncia se produce poco después de que Christine Blasey Ford asegurara que Brett Kavanaugh intentó violarla.

Una nueva acusación de agresión sexual contra el candidato de Trump a juez del Supremo, Brett Kavanaugh, ha elevado a proporciones dramáticas una tormenta política en Washington de cuyo desenlace depende no solo el futuro de la más alta instancia judicial del país. Están en juego, también, las elecciones legislativas del próximo mes, en las que el voto femenino está llamado a ser determinante, así como la autoridad del propio Trump en su partido y, sobre todo, el debate sobre si la actitud del presidente ante los abusos a las mujeres es o no tolerable. Por último, tendrá también algo de prueba para medir el vigor y capacidad de movilización del movimiento Me Too. 

Es precisamente el periodista que desveló las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein que originaron el Me Too, Ronan Farrow, uno de los que firman el artículo de The New Yorker, publicado el domingo por la noche, en el que Deborah Ramírez, excompañera de Kavanaugh en la universidad de Yale, acusa al hoy juez de haberla agredido sexualmente en una fiesta en el curso 1983-1984. Kavanaugh colocó su pene ante la cara de Ramírez, según el testimonio de la mujer, de 53 años, obligándola a tocarlo al tratar de quitárselo de delante.

La decisión de Ramírez de hacer pública su acusación se produce poco después de que otra mujer, Christine Blasey Ford, denunciara que el juez intentó violarla durante una fiesta preuniversitaria en 1982. Justo este próximo jueves, Ford y Kavanaugh están llamados a testificar ante el comité del Senado que debe decidir sobre la incorporación de Kavanaugh al Tribunal Supremo, con carácter vitalicio, a propuesta de Trump. Kavanaugh, con una trayectoria en la judicatura marcada por el conservadurismo de ala dura, sustituiría a otro juez más moderado sobre todo en lo social, Anthony Kennedy, lo cual inclinaría a la derecha la balanza de la más alta instancia judicial del país durante años.

La consolidación de una mayoría conservador en el Supremo, puesta en bandeja con la jubilación de Kennedy cuatro meses antes de las elecciones, es una de las más altas prioridades de la Administración Trump. El propio presidente, durante un acto electoral el pasado viernes en Misuri, expresó su frustración por lo que considera una reacción tibia de su partido en el caso Kavanaugh, un asunto en el que su forma impulsiva de entender la política se enfrenta, una vez más, a las maneras menos impetuosas del Capitolio.

Lo cierto es que las acusaciones contra Kavanaugh podrían hacer fracasar su designación, que Trump daba por hecha. En el Senado los republicanos cuentan con una mayoría de apenas dos votos, de modo que bastaría con que algunos de los senadores republicanos más moderados decidieran votar en contra. También podría suceder que se retrasara hasta después de las elecciones legislativas que se celebran el próximo 6 de noviembre, y que es probable que deparen una Cámara más demócrata, lo cual podría frenar la designación de Kavanaugh. El domingo por la noche, la líder demócrata del Comité Judiciario del Senado, Dianne Feinstein, pidió una demora en la decisión sobre Kavanaugh tras saltar a la luz la segunda acusación de abuso sexual.

El mismo domingo, Kavanaugh emitió un comunicado, a través de la Casa Blanca, en el que niega la segunda acusación, como también negó la primera. Se trata, dijo, de “una campaña coordinada de difamación, pura y simple”. Y este lunes por la mañana, desde las Naciones Unidas en Nueva York, el presidente Donald Trump ha tachado las acusaciones de un intento “totalmente político” de evitar que los republicanos afiancen una robusta mayoría conservadora en el Supremo. “El juez Kavanaugh es una persona sobresaliente y estoy con él hasta el final”, ha añadido el presidente.

Trump ya había mostrado su apoyo a Kavanaugh y hasta puso en duda, en un insólito tuit lanzado el pasado viernes, la acusación de Ford de que Kavanaugh intentó violarla, pues considera el presidente que, de haber sucedido, lo normal es que la mujer lo hubiera denunciado antes. El tuit provocó un movimiento de protesta de mujeres que compartían en redes sociales motivos por los que, en su día, decidieron no acudir a las autoridades tras experiencias similares.

El hecho de que el presidente apoye sin fisuras a un hombre acusado de dos presuntas agresiones sexuales, y cuestione la veracidad de una de ellas por el hecho de que la mujer no lo hubiera denunciado en su día, tiene el potencial de movilizar aún más el voto femenino a los demócratas, un factor que ya se preveía clave para las legislativas del próximo 6 de noviembre. El escándalo evoca inevitablemente al caso de la profesora de Derecho Anita Hill, que en 1991 acusó al candidato al Supremo Clarence Thomas de acoso sexual, sin lograr frenar su acceso al tribunal. El caso provocó una movilización sin precedentes del voto femenino en 1992, en lo que se llegó a conocer como “el año de las mujeres”. En plena era del Me Too, y con las elecciones a solo unas semanas, y no un año después como en el caso de Hill, los efectos de este escándalo podrían ser aún mayores.

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