MÉXICO. LA FOSA CLANDESTINA MÁS GRANDE DE LATINOAMÉRICA.

Una asociación logra ubicar más de 14.000 restos de víctimas del crimen organizado cerca de Veracruz. Cientos de asociaciones buscan a diario a sus familiares desaparecidos en México.

Hay pocas situaciones más desagradables que perder a un familiar cercano y nunca encontrar su cuerpo. ¿Qué le ocurrió? ¿Quién y por qué se lo llevó? ¿Acaso sigue vivo? La falta de respuestas puede llegar a atormentar de por vida a los seres queridos de aquellos que desaparecen sin dejar rastro. En Occidente, la desaparición de una persona suele acaparar la atención mediática durante semanas. En México, la misma situación, lamentablemente, se ha vuelto ya tan cotidiana que tienen que ser los propios familiares los que busquen a tientas a los suyos, entre escombros, basura, las amenazas del crimen organizado y la pasividad de las autoridades. Cientos de asociaciones buscan a sus desaparecidos por todo el país, aunque quizá el trabajo del Colectivo Solecito de Veracruz sea el de los más impactantes.

Su caso se desmarcó del resto un 10 de mayo del 2016, cuando las integrantes de Solecito se concentraron en el centro de Veracruz para protestar con motivo del día de la madre. Entre los presentes había familiares, simpatizantes y, aunque entonces ellas lo desconocían, también había varios miembros del crimen organizado. Entre los muchos panfletos que se repartieron durante el acto, se coló uno que dejó a varias madres temblando. Se trataba, como recuerda Rosalía a EL MUNDO, de «un regalo macabro», un mapa con anotaciones hechas a mano que indicaban varios lugares donde, presuntamente, los delincuentes habían abandonado restos humanos. Siguiendo esas indicaciones, las integrantes de Solecito encontraron, en un lugar conocido como Colinas de Santa Fe, la fosa clandestina más grande descubierta hasta la fecha en el continente: más de 14.000 restos óseos repartidos en 125 zanjas.

VIVOS HASTA QUE SE DEMUESTRE LO CONTRARIO

Rosalía abre las puertas de la casa en la que vivió, hasta su desaparición, su hijo José Carlos. Con su ausencia, este hogar se ha convertido ahora en sede improvisada del colectivo. Mientras los voluntarios cargan palas, varillas y material de trabajo en la camioneta, Rosalía aprovecha para rebuscar en un armario los recuerdos de su hijo desaparecido. «¿Cómo era él?», preguntamos. «No era, mi hijo es», sentencia Rosalía.Y es que, en la dialéctica de estas rastreadoras de restos no se contempla conjugar en pasado para referirse a sus desaparecidos; mientras no tengan respuestas claras, para ellas siguen vivos.

Visiblemente emocionada por los recuerdos, Rosalía muestra una fotografía en la que aparece su hijo en compañía de su novia Cintia Delgado. Ambos desaparecieron hace ya ocho años, el día de Nochebuena, cuando circulaban por una autopista federal cercana a su domicilio. Si Rosalía conoce estos detalles es gracias a la investigación que ella misma llevó a cabo, ya que, si fuera por los esfuerzos de las autoridades, según comenta: «No sabría absolutamente nada». Su insistencia en la búsqueda de respuestas levantó astillas entre los miembros del crimen organizado hasta el punto que, uno de los líderes de Los Zetas en Veracruz, fue en su búsqueda y le dijo: «El vehículo que busca está en un motel de Gardel, pero, doctora, párele ya porque se la va a llevar».

Ni las amenazas, ni la falta de respuestas han logrado minar la moral de Rosalía. Como cada día, faltando 10 minutos para las ocho de la mañana, ultima los detalles para salir a buscar unos restos humanos que, en el fondo, espera que no sean de su hijo. Mangas largas para cubrir los brazos, botas altas para caminar por un terreno adverso y gorra y crema solar para no abrasarse con los 40 grados que hace durante el día.

La camioneta atraviesa algunas barriadas del extrarradio de Veracruz antes de internarse en un tortuoso camino de tierra. Hoy el grupo se dirige al kilómetro 13,5, un lugar al que consiguieron acceder por primera vez hace apenas unas semanas, después de batallar durante años para que les concedieran el permiso para rastrear los terrenos. Recientemente, el propietario accedió a su petición y, por eso, decidieron pausar momentáneamente la búsqueda que ya realizaban en Colinas de Santa Fe (donde ya han ubicado más de 14.000 restos óseos).

ESPERANZA JUNTO AL BASURERO

Llegar al kilómetro 13,5 es fácil, sólo hay que fijarse en el horizonte para observar una monumental montaña de basura y dirigirse irremediablemente hacia ella. Al pie del basurero, un solitario tractor amarillo trata de mover residuos y alejarlos del acceso al que llega la comitiva de Solecito. Al abrir las puertas del coche, el fuerte viento empuja consigo un fétido olor que parece no molestar a las buscadoras de restos. «Ya estamos acostumbradas», comenta Lydia, entre risas. Ella es una de las integrantes más jóvenes del colectivo, lleva dos años integrada en las comisiones de búsqueda con la esperanza de encontrar a su hermano Ángel que, según cuenta, «salió a la tienda de la esquina a comprar algo y nunca más regresó». Lydia ha tenido que dejar de trabajar para dedicarse en exclusiva a esta búsqueda y denuncia que, en la desaparición de su hermano, «hubo militares involucrados».

Mientras las integrantes de Solecito sacan el material de trabajo, decenas de buitres sobrevuelan un vertedero que durante años fue utilizado para desechar basura y restos humanos a partes iguales. Aquí los pájaros carroñeros han encontrado su particular Edén; mientras unos miran con atención a las recién llegadas, otros pelean entre sí por una bolsa de basura, ajenos a la triste realidad que acompaña a este colectivo. Rosalía alienta a sus compañeras para hacer una pequeña demostración de lo que han aprendido en estos años de búsqueda.

DE VÍCTIMAS A RASTREADORAS DE RESTOS

Primero, tratan de ubicar un lugar donde la tierra no esté del todo firme, «que se vea que ha sido removida»,comenta Rosalía. En ese momento, levantan con palas el terreno haciendo un pequeño agujero y tratando de no dejar pasar ningún detalle. Para culminar la operación, clavan una varilla metálica en el agujero, la vuelven a sacar y recorren la punta con la nariz para tratar de detectar el olor a restos humanos. «No, aquí solo huele a basura», asegura Rosalía antes de compartir la varilla con otras compañeras.

Este es el método de trabajo habitual que han aprendido con el paso de los años y con la experiencia que les comparten otros rastreadores más veteranos (a los que se conoce popularmente como «canes»). Entre ellos está Don Lupe, quien a sus más de 70 años se ha convertido en uno de los más reputados buscadores de restos. Participó en las tareas de búsqueda de los 43 estudiantes de Iguala confiando en encontrar a su primogénito, Antonio Iván, que había desaparecido dos años antes cerca de donde lo hicieron los estudiantes. Lamentablemente, Lupe, al igual que los padres de los normalistas, sigue sin saber dónde está su hijo.

Sabina, otra de las integrantes de Solecito, confía que la respuesta a esa pregunta, «¿Dónde está mi hijo Juan Manuel?», sea que «el crimen organizado lo tenga secuestrado». Las otras respuestas no quiere ni contemplarlas. Juan Manuel desapareció en el 2012, entonces tenía 20 años y estudiaba Fisioterapia. Una noche, estaba en una fiesta cuando varias personas se lo llevaron junto a dos amigos. A uno de ellos lo soltaron porque, según dijeron, «no les servía». El amigo liberado medía «menos de un metro y medio», asegura Sabina, y por eso cree que a Juan Manuel, «que era alto y fornido», se lo llevaron para trabajar con ellos.

La jornada de trabajo termina abruptamente, antes siquiera de arrancar, cuando llega al lugar una patrulla de la Policía Federal. El capitán explica a las integrantes de Solecito que, en las últimas horas, se han producido graves enfrentamientos con miembros del cártel Jalisco Nueva Generación. Por esta razón, no podrán brindarles la protección que reciben habitualmente mientras buscan restos en los alrededores del basurero. Sólo en las 48 horas posteriores a este encuentro, mueren al menos ocho personas (un policía y siete sicarios), en estos enfrentamientos que incluyen, entre otros, una persecución de «27 camionetas a cinco policías». Éste es el infierno que se vive en algunas regiones de Veracruz y que ayuda a comprender mejor la valentía de Solecito.

El grupo regresa abatido a la base tras una jornada infructuosa, pero sabiendo que ningún contratiempo frenará su voluntad de seguir buscando donde nadie quiere hacerlo. «Y, cuando encuentres a tu hijo, ¿qué harás?», Sabina lo tiene claro: «Seguiré ayudando a otras compañeras a encontrar a los suyos. Este infierno que nos han hecho pasar te ata de por vida». Rosalía también seguirá ayudando, aunque cree «que no de una manera tan activa». Ella prefiere centrarse en su nieto, al que ha criado ante la ausencia de José Carlos: «Ojalá algún día pueda ver que su hijo está tan ‘grandote’ como él», confiesa entre lágrimas.

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, confirmó en las últimas semanas la creación de un Plan Nacional de Búsqueda «sin límite de presupuesto» para encontrar a los 40.000 desaparecidos que hay en el país. Un primer intento con el que intentar solucionar esta situación dramática, que hasta ahora se veían obligados a afrontar en solitario, y con sus propios recursos los familiares de los desaparecidos y los colectivos que, como Solecito, han visibilizado una lucha que el Estado había olvidado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *