HONG KONG. CARRIE LAM: ROGANDO A DIOS Y OBEDECIENDO A PEKÍN.

La jefa del gobierno de Hong Kong se convierte en el próximo objetivo político de las protestas de la ex colonia británica.

Para Philip Bowring, columnista del diario South China Morning Post, la figura de Carrie Lam podría encontrar un paralelismo con la de la birmana Aung San Suu Kyi, no por su desempeño como dirigentes sino por su determinación para aferrarse al poder, incluso si eso supone «traicionar las ideas o a la gente a la que apoyó» en el pasado.

«Aquí tenemos a Lam, un producto de la iglesia católica, una funcionaria honesta con toda una vida de trabajo duro a sus espaldas, que traiciona las expectativas del pueblo al convertirse en portavoz y agente del autócrata antirreligioso al mando del Partido Comunista Chino«, escribía hoy el comentarista en las páginas de ese matutino aludiendo a la biografía de la jefa del ejecutivo de Hong Kong, que parece haberse erigido en el nuevo objetivo de las protestas populares, una vez conseguida la suspensión de la polémica ley de extradición que apadrinaba la dirigente local.

La alusión de Bowring a la fe de Lam no resulta circunstancial ya que ella misma -alumna de un colegio católico de la ciudad- la utilizó como referente en 2017 cuando fue elegida líder del gabinete autonómico con el apoyo de Pekín.

«Desde el primer día dije que esta era una oportunidad que Dios me concede. Si lo analizas racionalmente, quizás no querrías hacer este trabajo: exige muchos sacrificios y afrontar muchas dificultades. Pero cuando Dios me llamó para decirme que me necesitaban para seguir sirviendo a Hong Kong, respondí», aseguró la susodicha.

Su transmutación ideológica tampoco se puede ignorar ya que los que la conocen la recuerdan como una apasionada activistas de las causas sociales durante sus años universitarios.

Sin embargo, a sus 62 años, Lam parece haber disipado todo el capital espiritual y por ende político que había atesorado durante su juventud y en décadas al servicio de la burocracia de la metrópoli, donde comenzó a servir en 1980, todavía bajo el mandato británico.

Su carrera en el escalafón del poder local, que la llevó a ser Secretaria de Desarrollo y después Secretaria Jefa de la Administración y de facto número dos de la urbe, siguió un camino ascendente tan acusado como el declive de su popularidad, que comenzó a resentirse cuando tuvo que lidiar de forma directa con las primeras protestas que afrontaba: las que protagonizaron en 2007 los defensores de un histórico muelle local que fue demolido para ganar espacio al mar bajo sus auspicios.

En aquel entonces, uno de sus conocidos, Allan Zeman, la definió como un «bombero con la manguera. Sabe cómo apagar el fuego».

Una opinión que no semeja adecuarse al presente instante, cuando cientos de miles de personas -incluidos muchos de sus correligionarios políticos- consideran que su propuesta para reformar la ley de extradición ha sido el combustible que ha hecho explotar la desconfianza que existía en un amplio sector de la población hongkonesa hacia el gobierno central de Pekín.

En cualquier caso, Lam continuó a partir de 2007 en su empeño por ganarse la confianza de las autoridades del Partido Comunista Chino incluso si eso suponía un acelerado menoscabo de su popularidad, que sufrió un nuevo varapalo cuando tuvo que apoyar a la administración durante los convulsos días de la Revolución de los Paraguas de 2014.

Fue entonces cuando sus adversarios comenzaron a tacharla de arrogante.

En estos dos años de desempeño al mando del gobierno autonómico, Lam ha conseguido superar la animadversión popular que llegó a generar la figura de su antecesor, Leung Chun-ying, al que nunca le llegaron a dedicar los hirientes insultos personales que se escuchan en estas jornadas en Hong Kong.

Han sido meses donde no ha cesado de acumular polémica tras polémica. Ella ha sido la responsable del proceso acelerado de degradación de las libertades locales, que se manifestó con la descalificación de políticos disidentes o la negativa a renovar el visado al corresponsal del Financial Times, y de la controversia provocada por proyectos como la conexión de ferrocarril con el territorio continental o el intento de construir una isla en la zona de Lantau pese al coste multimillonario que exigiría a la plaza financiera.

Durante el discurso que pronunció tras ser elegida jefa del gobierno de Hong Kong, Lam prometió «sanar la división social» y «unir a la sociedad para avanzar».

Toda una alegoría del desfase manifiesto que existe entre su dialéctica y sus acciones, y entre su invocación al Altísimo y su devoción hacia el poder de Pekín.

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