ABUSOS SEXUALES, ROBOS Y ADICCIONES EN LAS CATEGORÍAS INFERIORES DEL FÚTBOL ARGENTINO.

El libro ‘Alerta Rojo’ desnuda las pésimas condiciones de vida de muchos adolescentes de la cantera de Independiente, uno de los clubes icónicos del país sudamericano.

A cambio de unos botines, un puñado de pesos, unos calzoncillos nuevos o una carga en el abono de transporte, varios pedófilos abusaron sexualmente hasta el año pasado de al menos siete menores de edad de la cantera de Independiente, uno de los cinco grandes del fútbol argentino. Los abusos salieron a la luz porque una de las víctimas, un adolescente de 16 años, se quebró ante el psicólogo y lo contó. Cuando Independiente lo denunció ante la Justicia, el escándalo se amplió a otros clubes, entre ellos River Plate, y conmocionó a un país donde el fútbol es religión y también una fábrica de sueños para miles de niños que quieren triunfar y salir así de la pobreza. En el libro de investigación Alerta Rojo, los hermanos periodistas Panqui y Pedro Molina muestran el infierno el que viven muchos de los aspirantes a futbolistas, y ayuda a entender cómo pudieron naturalizarse y silenciarse durante años conductas aberrantes.

En la causa, en fase de instrucción a manos de la fiscal María Soledad Garibaldi, hay seis acusados y una veintena de víctimas de varios clubes argentinos. Según Garibaldi, los pedófilos contactaban a los adolescentes a través de las redes sociales y la aplicación de mensajería instantánea Whatsapp. La mayoría los bloqueaba, pero algunos de los más desprotegidos, aceptaban. Para el psicólogo del Club Atlético Independiente, Ariel Ruiz, los menores no se percibían como víctimas. «El abuso muchas veces se asocia a la fuerza, al dolor, pero acá fue de tipos con poder ante chicos que no tienen conciencia. Hubo un engaño», afirmó.

Argentina es el país que más jugadores exporta a la Liga española y está también en el podio mundial junto a Brasil en otras grandes ligas. Cuesta encontrar una plaza de Buenos Aires en la que no se vea a niños jugando a la pelota y en todos los barrios hay instituciones deportivas que entrenan a los más pequeños. Muchos padres animan a sus hijos a probarse en las inferiores de un club de Primera División y, su aceptación es motivo de orgullo familiar por más que en el camino hacia el éxito queden 99 de cada 100 que lo intentan. Pero el escándalo de los abusos ha intranquilizado especialmente a los padres de los más vulnerables, aquellos niños y adolescentes que se alejan 500, 1.000 e incluso más kilómetros de sus casas para formarse como jugadores.

Los canteranos del interior del país casi siempre viven en las pensiones de los clubes. «Están en un contexto de una competencia muy cruel entre ellos porque es un sistema darwiniano que deja a muchos chicos en el camino y genera que puedan pasar cosas perversas», señala Panqui Molina. Separados de sus familias, lo aguantan todo con tal de alcanzar la cima del fútbol.

«Los abusos son la página más cruel de las cosas que sucedieron, pero son una muestra más de esa situación de abandono en la que estaban», remarca su hermano Pedro. En 2012 vivían 82 chicos en una pensión con capacidad máxima para 55. «Algunos dormían con colchones en el piso. No había plata para pagarles viático a los más grandes, entonces también alojaron a los de la Cuarta División. Ellos [ya mayores de edad], ante las pésimas condiciones de vida, no tenían límites: pedían delivery [comida a domicilio], tomaban cerveza y no respetaban los horarios de salida», cuentan los autores en el libro.

A principios de la década pasada, y en medio de la grave crisis económica y social del corralito, la situación era aún peor. «No teníamos para comer, no teníamos seguridad, no teníamos nada», cuenta Adrián Gabbarini, jugador de la cantera en ese momento. «Algunas personas de la villa se metían a chorear [robar]. Dos días antes de salir campeón, en 2002, se metieron y tuvimos suerte de que no pasara a mayores. Robaron el vestuario de Primera y la confitería donde comíamos. Se nos metieron en la pensión y empezaron a los tiros», continúa Gabbarini. Los adolescentes ocultaban todos estos episodios a sus padres para evitar que los sacasen de allí.

Los canteranos eran también víctimas de hurtos por parte de sus propios compañeros. «Se roban entre ellos, a ninguno le sobra nada. Zapatillas, botines, plata, celulares. Lo primero que hacen es tirarlos al pasto a un costado, después salen y los venden», recuerda Marta González, quien estuvo a cargo de la pensión hasta mediados de 2014.

Algunas carreras deportivas no llegaron a despegar por lesiones; otras se interrumpieron por adicciones a drogas y comisión de delitos. Uno de los casos más graves fue la causa penal abierta contra Alexis Zárate en 2014 por violación. Acababa de cumplir 18 años y había dejado la pensión para vivir en un departamento junto a un amigo. El 15 de marzo de ese año, después de una noche de fiesta, Zárate llegó a su casa junto a un compañero y vio que en su cama dormía un amigo que se había llevado allí a su novia. La violó mientras dormía. Ella lo denunció y el futbolista fue expulsado del club de Avellaneda y condenado el año pasado a seis años y medio de prisión.

La falta de interés del Rojo en sus categorías inferiores, repetida en otros clubes, propició estas situaciones. Los continuos cambios de timón en los proyectos de formación añadieron presión a jóvenes que tenían que sobreponerse a un contexto tan adverso. Da pistas también sobre por qué Independiente, campeón de la Copa Sudamericana de 2017 y máximo ganador de títulos internacionales junto a Boca Juniors (18), ha tenido solo dos ventas importantes en los últimos 15 años: la de Sergio Agüero al Atlético de Madrid en 2006 y la de Ezequiel Barco al estadounidense Atlanta United en 2017. Panqui los describe como «dos oasis en medio del desierto».

La vida de los jugadores de las inferiores de Independiente ha mejorado notablemente en los últimos años, al igual que también la de otros clubes, como Lanús y Racing, aunque aún están lejos de las de Boca Juniors y River Plate, según los periodistas. «Los chicos viven mejor, hay más acompañamiento, tienen psicólogos y seguimiento en el colegio», detalla Pedro, «pero hay un problema que es parte del sistema que es que muchos chicos viven de condiciones sociales muy bajas, para muchos son la salvación de la familia, vienen de otra provincia y están solos. Ante esas situaciones hay que cuidarlos especialmente para protegerlos».

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